Llueve otra vez, en el mes en que nací yo y también mi hermano-cómplice, el Viento que usa lentes. Alguien que quiero dice/escribe la palabra "mar" y me regala el mismo segundo lejos del periférico, en donde hay un barandal y un banco, en donde los números de la suerte bailan despacito para no llegar antes de tiempo.
Mar, dice; mar, leo y ya no canto, estoy allá buscándo la arena y los cangrejitos que como yo, se esconden para que nadie los moleste. Cuando despierto estoy cerca del siguiente almacén, tengo que asumir la realidad, tomar un carrito con la dirección jodida y buscar los artículos de una lista que incluye aire comprimido, cinta gafer y maestro limpio... Sigo hasta el supermercado donde ya las piernas se me doblan y tengo que ponerme a jugar con las empleadas de salchichonería para recuperarme del desamparo, para no aniquilar tanto neón y plástico con la sonrisa...
Subo la parte de la carretera que me lleva a casa. Las nubes ciegan las crestas de los volcanes que no están tan lejos: no hay sol y por todas partes el asfalto se ha reventado recordándome que estamos en guerra. Las piedras se divierten con el desatino de los autos y el pequeño mundo de la esquina sigue inundando, obligándome a dar rodeos de hormiga por las callecitas sucias de este barrio.
Cuando al fin llego, recuerdo la razón por la que pintamos la casa de azul, rojo y amarillo. Fácil, para no llorar.
Mar, dice; mar, leo y ya no canto, estoy allá buscándo la arena y los cangrejitos que como yo, se esconden para que nadie los moleste. Cuando despierto estoy cerca del siguiente almacén, tengo que asumir la realidad, tomar un carrito con la dirección jodida y buscar los artículos de una lista que incluye aire comprimido, cinta gafer y maestro limpio... Sigo hasta el supermercado donde ya las piernas se me doblan y tengo que ponerme a jugar con las empleadas de salchichonería para recuperarme del desamparo, para no aniquilar tanto neón y plástico con la sonrisa...
Subo la parte de la carretera que me lleva a casa. Las nubes ciegan las crestas de los volcanes que no están tan lejos: no hay sol y por todas partes el asfalto se ha reventado recordándome que estamos en guerra. Las piedras se divierten con el desatino de los autos y el pequeño mundo de la esquina sigue inundando, obligándome a dar rodeos de hormiga por las callecitas sucias de este barrio.
Cuando al fin llego, recuerdo la razón por la que pintamos la casa de azul, rojo y amarillo. Fácil, para no llorar.
1 comentario:
Me encantan las fotos de nublados, sabes lo mejor? es que siempre vuelve a salir el sol.
Saludos y un abrazo.
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