domingo, 25 de abril de 2010

¿Quién eres, Otro?


Siempre he necesitado de mi cuerpo para saber que existo. Todas estas voces que vienen de lejos y de cerca, en oleadas caprichosas, a veces distraídamente, muy pocas involucrando la boca o el corazón, me dan pistas pero no me dicen mucho. Reconozco el trabajo de las palabras y las ideas, pero no cambio ninguna por caminar al lado de otro y pasar tiempo con él, compartir las anécdotas y los acertijos del mundo, desmenuzar la tesitura de su voz y confirmar que es un ser real.

En las redes sociales, las listas del Messenger, la bandeja de entrada. Sí, están ahí, pero ¿qué tanto? Todo son pistas, voluntaria aparición y ocultamiento; posibilidad toda, promesas, ilusiones, mensajes tendidos sobre lo que se calla. No tengo remedio, necesito la mirada. Nada reemplaza esa fuerza, pocas cosas suplen el poder de nuestros ojos que se encuentran.

domingo, 18 de abril de 2010

Lágrimas de tinta verde



Yo no sé cómo mirarte, cómo hablar con tu fantasma o con tu cuerpo. Se me terminaron los salvoconductos para amarrar lazos en el otro, ya sólo reconozco la piel, las miradas, las caricias. Sin poder poner letra sobre letra me siento en esa mesa, la gente charla, el vino corre. Pido un tequila, blanco y sin aderezos como siempre, afilo la pluma que llora tinta verde, que no quiere capturar nada, que me insinúa con su tristeza que hoy tan sólo debo sentir.

La dejo llorar, ¿quién soy yo para curar la orfandad de la literatura? ¿Quién para ponerle nombre a los otros? Apenas me reconozco, tengo el cuerpo cambiado, la paz es un terreno desconocido. A ningún lugar tengo que ir, los besos son de los que apuestan el canto fluido de los labios, las acrobacias de la lengua, los secretitos fugaces de las intersecciones gozosas.

Pido la cuenta, apago el cigarro, le pongo la tapa a la pluma. quedan sus lágrimas que casi parecen hechas de la sangre de las piedras, sobre el mantel. Y me lanzo a buscarte, ahora que me he encontrado.

domingo, 11 de abril de 2010

Pausa

Una pausa, unas horas, un escenario desconocido para ambos. Aquí hay una ventana que da al traspatio de las casas, a los estacionamientos y al cielo, un rectángulo generoso y modesto que deja pasar las nubes sin detenerlas en el marco de aluminio. A mi lado respiras, otra vez tus dedos tan soñados recorriendo las superficies de lo que no soy, de lo que únicamente existe cuando lo tocas y recreas.

No hace falta fumar. No hace falta hablar. No hace falta comer. La pausa permite que la memoria de la piel toma el control de todo y disuelva los minutos en una botellita de agua, pierda las miradas en los ojos que reflejan otros ojos. Te reconozco, querido extraño, no te me has borrado de la cintura aunque hoy seamos tan otros y tan distintos nuestros cuerpos, con sus nuevos volúmenes de aventuras, bitácoras de viajes con nombres de mujeres terribles o dulcísimas, de hombres enfermos de olvido y normalidad.

La ternura es el ocultamiento de la piel en otra piel, los huequitos para dormir unos minutos, el vaivén acompasado de las mareas que sobrevienen despacio, una vez, otra vez, una vez más entre el aroma violento y los líquidos efímeros que nos regalamos. Salimos, sorprendidos: afuera es de día pero cuando me besas siempre, siempre es de noche.

domingo, 4 de abril de 2010

Tiempo


Me miro como si esa no fuera mi imagen, sino la pintura de una pesadilla con marco dorado. Mediodía en el museo. Ahí estoy frente al reflejo en ese espejo antiguo, detrás de las rayaduras que ha hecho el tiempo y el polvo que duerme pacífico sobre el agua sólida. Ahí estoy a punto de enfermarme, de decir algo, presta a abandonar ese momento y seguir andando la maquinaria de la vida, paso tras paso por las salas, la calle, el auto, la casa, lo familiar siniestro una vez más.

Nadie pudo imaginarse mi mirada cuando los años no habían hecho marcas en aquél fantástico artefacto; nadie pudo haber previsto la fuerza de mis ojos chocando contra la historia sin recuerdos del azogue, que me devolvió la composición de algo que se supone que soy yo, pero que en verdad es sólo un instante capturado. No me pudo imaginar la mujer de hace dos siglos que quizás se detuvo, como yo, a meditar en lo que los otros ven de uno y que siempre se nos escapa porque no podemos observarnos mas que así, distorsionados, provisionales, e incoherentes.

Como ella, me miro mirarme, me capturo y sigo, aún sin saber quién soy yo.