miércoles, 20 de octubre de 2010

Vistas rápidas


Me asomo desde el borde de la taza de café: vamos por la mitad y apenas logro que esta pila de libros, papeles y fotocopias se vaya ordenando en pequeños caos de la misma clase. No quiero ni pensar en la montañita de recibos, no sé dónde están mis documentos escolares.

Me asomo desde el borde de la noche anterior: el mármol y las sorpresas tristes ya sabidas entre líneas. El cansancio en los muslos, lo único que hice todo el día fue recorrer la ciudad, caminar y cantar una misma canción. Música de colores en el aire y sirenas, gente hablando, enviando mensajes, poniendo cara de profundo interés y apreciación de la música contemporánea.

Me asomo al fondo del vaso de mezcal: la calle completamente sola, luminosa noche de mujeres, nosotras andando hacia el bar, perfectas y bamboleantes, pantalones ajustados, escote fundido en negro, vestido sexy de diez pesos. En silencio como todo lo hermoso. Las miradas de la rubia, la morena y yo, hablando de sexo, amor, travesuras y sustancias liberadoras. Las verdades a esa hora parecen ciertas, las determinaciones, simples.

Me asomo por la ventanilla de madrugada: los martes volver a casa es fácil, la oscuridad dura solamente cuatro horas, ya no sé evitar el amanecer. Me arrastro por este día pensando que no me gustan los presagios combinados con el desvelo, porque me ponen triste.


Philip Glass a las puertas del Palacio de Bellas Artes. Octubre de 2010.

domingo, 10 de octubre de 2010

Simple (otra escena de amor)

Vamos a darle la vuelta a la noche, a devolverle al otoño su temperatura y sus colores, a poner el cero exactamente dónde nos dé la gana. Despúes de haber permitido que me lamieran las piernas los ojos de ciento veinte desconocidos (como una buena samaritana que sonríe comprensiva), por fin llegas tú, para quien estaban hechos estos muslos suaves. Un beso, una mirada y la calma necesaria que acabo de atravesar, ponen en movimiento nuestras horas.

Una semana de mierda, dices y caminas a mi lado. Vamos a casa, esa que es más mía cuando estás en ella y también es tu casa. No hace falta nada, yo he esperado este día con la botella en el congelador y un chocolate, quería estar contigo frente al silencio para relatarnos y cantarnos, destejer el tedio que lastima y hacer el boceto de las posibilidades. Amanecemos aplaudiendo por la cena y todavía no queremos dormir, seguimos jugando a ser cachorros sin futuro, sin memoria, anudándonos hasta el agotamiento.

Así es como logras que deje de hablar y me quede solamente en el instante. Desaparecemos el tiempo y poseemos esta ciudad que a veces nos da rincones. Así es como llego a la tarde del domingo, perfecta y hermosa.

Así es como me haces feliz.

domingo, 3 de octubre de 2010

Azotea

Ráfagas de viento se cuelgan de la malla ciclónica que cerca la fachada de la casa. El limonero trae la promesa de una cosecha y junto a mi, con la música, merodean los fantasmas de los perros. Aquí arriba ya solamente tomamos el sol los alacranes y yo, imaginándonos que lo que pasa volando son listones de colores: azul para el viento, verde para los sonidos, amarillo para la luz, negro para las sombras. Muy fácil, listones que nos atan despacito mientras seguimos tecleando acerca de una tarde de domingo con los huesos cansados de tanto dormir, al principio de la libertad.

El cabello se me revuelve como si fuera en el auto manejando hacia mi viejo barrio. Esquivar los baches, cantar un poco, mirar la ciudad ajena -cada vez menos ella-, oler la promesa del mundo sin referencias al otro lado de la semana. Una mano sobre el muslo, la adivinanza de una mirada de reojo. El recuerdo de los sueños y las historias vistas a medias, debajo de las cobijas. Ese cuerpo camino que no acaba, este cuerpo que se acomoda y se enciende, las marcas de la pasión que no se borran fácilmente. Punto y aparte.

Otra noche, una de personas enloquecidas, con deseos y transgresiones en juego. Entradas y salidas como de un escenario, a la mitad de la obra llego sin saber muy bien cuál es mi papel. Yo y el otro andando por la calle, bailando, diciendo cosas como mañana, mi, nosotros, siempre. Fragmentos de la verdad, aquí no hay quien pueda irse porque somos a prueba de distancias, vivimos de la casualidad y el hambre. Una mañana para caminar la avenida y observar a la gente esperando el camión, seres mudos e incómodos con la cabeza inclinada, como una familia improbable que no se quiere. Flores que caen de mis manos durante todo el camino, temblando de alegría. Tu sonrisa. La mía. Sin tiempo.

El sol va y viene, se abren huecos allá arriba como para una revelación. No me hace falta tenerte aquí para saber que podrías estarlo, del otro lado del impermeabilizado, escribiendo y fumando, cantando esta canción a medias. Quizás otro día, ahora mismo me basta con pensarte, sentirte en los pequeños dolores esquinados, revivirte en una certeza.