domingo, 4 de abril de 2010

Tiempo


Me miro como si esa no fuera mi imagen, sino la pintura de una pesadilla con marco dorado. Mediodía en el museo. Ahí estoy frente al reflejo en ese espejo antiguo, detrás de las rayaduras que ha hecho el tiempo y el polvo que duerme pacífico sobre el agua sólida. Ahí estoy a punto de enfermarme, de decir algo, presta a abandonar ese momento y seguir andando la maquinaria de la vida, paso tras paso por las salas, la calle, el auto, la casa, lo familiar siniestro una vez más.

Nadie pudo imaginarse mi mirada cuando los años no habían hecho marcas en aquél fantástico artefacto; nadie pudo haber previsto la fuerza de mis ojos chocando contra la historia sin recuerdos del azogue, que me devolvió la composición de algo que se supone que soy yo, pero que en verdad es sólo un instante capturado. No me pudo imaginar la mujer de hace dos siglos que quizás se detuvo, como yo, a meditar en lo que los otros ven de uno y que siempre se nos escapa porque no podemos observarnos mas que así, distorsionados, provisionales, e incoherentes.

Como ella, me miro mirarme, me capturo y sigo, aún sin saber quién soy yo.

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