Ráfagas de viento se cuelgan de la malla ciclónica que cerca la fachada de la casa. El limonero trae la promesa de una cosecha y junto a mi, con la música, merodean los fantasmas de los perros. Aquí arriba ya solamente tomamos el sol los alacranes y yo, imaginándonos que lo que pasa volando son listones de colores: azul para el viento, verde para los sonidos, amarillo para la luz, negro para las sombras. Muy fácil, listones que nos atan despacito mientras seguimos tecleando acerca de una tarde de domingo con los huesos cansados de tanto dormir, al principio de la libertad.
El cabello se me revuelve como si fuera en el auto manejando hacia mi viejo barrio. Esquivar los baches, cantar un poco, mirar la ciudad ajena -cada vez menos ella-, oler la promesa del mundo sin referencias al otro lado de la semana. Una mano sobre el muslo, la adivinanza de una mirada de reojo. El recuerdo de los sueños y las historias vistas a medias, debajo de las cobijas. Ese cuerpo camino que no acaba, este cuerpo que se acomoda y se enciende, las marcas de la pasión que no se borran fácilmente. Punto y aparte.
Otra noche, una de personas enloquecidas, con deseos y transgresiones en juego. Entradas y salidas como de un escenario, a la mitad de la obra llego sin saber muy bien cuál es mi papel. Yo y el otro andando por la calle, bailando, diciendo cosas como mañana, mi, nosotros, siempre. Fragmentos de la verdad, aquí no hay quien pueda irse porque somos a prueba de distancias, vivimos de la casualidad y el hambre. Una mañana para caminar la avenida y observar a la gente esperando el camión, seres mudos e incómodos con la cabeza inclinada, como una familia improbable que no se quiere. Flores que caen de mis manos durante todo el camino, temblando de alegría. Tu sonrisa. La mía. Sin tiempo.
El sol va y viene, se abren huecos allá arriba como para una revelación. No me hace falta tenerte aquí para saber que podrías estarlo, del otro lado del impermeabilizado, escribiendo y fumando, cantando esta canción a medias. Quizás otro día, ahora mismo me basta con pensarte, sentirte en los pequeños dolores esquinados, revivirte en una certeza.
El cabello se me revuelve como si fuera en el auto manejando hacia mi viejo barrio. Esquivar los baches, cantar un poco, mirar la ciudad ajena -cada vez menos ella-, oler la promesa del mundo sin referencias al otro lado de la semana. Una mano sobre el muslo, la adivinanza de una mirada de reojo. El recuerdo de los sueños y las historias vistas a medias, debajo de las cobijas. Ese cuerpo camino que no acaba, este cuerpo que se acomoda y se enciende, las marcas de la pasión que no se borran fácilmente. Punto y aparte.
Otra noche, una de personas enloquecidas, con deseos y transgresiones en juego. Entradas y salidas como de un escenario, a la mitad de la obra llego sin saber muy bien cuál es mi papel. Yo y el otro andando por la calle, bailando, diciendo cosas como mañana, mi, nosotros, siempre. Fragmentos de la verdad, aquí no hay quien pueda irse porque somos a prueba de distancias, vivimos de la casualidad y el hambre. Una mañana para caminar la avenida y observar a la gente esperando el camión, seres mudos e incómodos con la cabeza inclinada, como una familia improbable que no se quiere. Flores que caen de mis manos durante todo el camino, temblando de alegría. Tu sonrisa. La mía. Sin tiempo.
El sol va y viene, se abren huecos allá arriba como para una revelación. No me hace falta tenerte aquí para saber que podrías estarlo, del otro lado del impermeabilizado, escribiendo y fumando, cantando esta canción a medias. Quizás otro día, ahora mismo me basta con pensarte, sentirte en los pequeños dolores esquinados, revivirte en una certeza.
1 comentario:
En esta tarde de domingo, con ese agua y solo que se pone y se antepone... el juego de otoño sale a la luz. Las carreras emparaguadas...
Saludos y un abrazo.
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