Me asomo desde el borde de la taza de café: vamos por la mitad y apenas logro que esta pila de libros, papeles y fotocopias se vaya ordenando en pequeños caos de la misma clase. No quiero ni pensar en la montañita de recibos, no sé dónde están mis documentos escolares.
Me asomo desde el borde de la noche anterior: el mármol y las sorpresas tristes ya sabidas entre líneas. El cansancio en los muslos, lo único que hice todo el día fue recorrer la ciudad, caminar y cantar una misma canción. Música de colores en el aire y sirenas, gente hablando, enviando mensajes, poniendo cara de profundo interés y apreciación de la música contemporánea.
Me asomo al fondo del vaso de mezcal: la calle completamente sola, luminosa noche de mujeres, nosotras andando hacia el bar, perfectas y bamboleantes, pantalones ajustados, escote fundido en negro, vestido sexy de diez pesos. En silencio como todo lo hermoso. Las miradas de la rubia, la morena y yo, hablando de sexo, amor, travesuras y sustancias liberadoras. Las verdades a esa hora parecen ciertas, las determinaciones, simples.
Me asomo por la ventanilla de madrugada: los martes volver a casa es fácil, la oscuridad dura solamente cuatro horas, ya no sé evitar el amanecer. Me arrastro por este día pensando que no me gustan los presagios combinados con el desvelo, porque me ponen triste.
Me asomo desde el borde de la noche anterior: el mármol y las sorpresas tristes ya sabidas entre líneas. El cansancio en los muslos, lo único que hice todo el día fue recorrer la ciudad, caminar y cantar una misma canción. Música de colores en el aire y sirenas, gente hablando, enviando mensajes, poniendo cara de profundo interés y apreciación de la música contemporánea.
Me asomo al fondo del vaso de mezcal: la calle completamente sola, luminosa noche de mujeres, nosotras andando hacia el bar, perfectas y bamboleantes, pantalones ajustados, escote fundido en negro, vestido sexy de diez pesos. En silencio como todo lo hermoso. Las miradas de la rubia, la morena y yo, hablando de sexo, amor, travesuras y sustancias liberadoras. Las verdades a esa hora parecen ciertas, las determinaciones, simples.
Me asomo por la ventanilla de madrugada: los martes volver a casa es fácil, la oscuridad dura solamente cuatro horas, ya no sé evitar el amanecer. Me arrastro por este día pensando que no me gustan los presagios combinados con el desvelo, porque me ponen triste.