Hoy me senté en el portal de la casa a coser el botón que le faltaba a tu camisa. Pensé acerca de qué puntada usar, la conveniencia de las líneas cruzadas o paralelas redibujadas con hilo en su sitio. ¿Qué somos tú y yo, líneas paralelas, líneas que se cruzan? Al cabo de un rato sabía la respuesta. Encendí otro cigarro, ya no son Gratos pero todavía me hacen toser, este no estar donde estábamos ha hecho que mi cuerpo se rebele al fresco de la montaña. Caprichoso él como yo, ya lo sabes, con todo y la mantita verde sobre las rodillas, con todo y el suéter de punto, no se me va este frío de estornudos repetidos.
Intentaba explicarle a mis fantasmas que yo puedo poner la vida donde se me de la gana. Me decían ellas -sí, los espectros siempre son ellas- que eso no era cierto, que los recuerdos son una materia peligrosa. Yo me reía con la mano sobre la boca (como cuando trato de esconder la timidez que me da ser feliz, torpe y desmemoriada) y les decía que no, que son una materia dúctil. Ellas me miraban desde el limonero: por eso son peligrosos, porque los conviertes en lo que quieres y no en lo que son. Me quedé callada, ya no quise contarles mi secreto, que yo no quiero nada de mis recuerdos, que para eso tengo la realidad, que está siempre donde yo deseo.
Recordé entonces que a los señores con barba no se les permite entrar a los columpios del parque y se tienen que quedar mirando desde la cerca de madera, advirtiéndole a las niñas morenas del peligro de impulsarse demasiado alto, sonriendo sin mucha convicción y quizás con algo de envidia. Y me gustó pensar que soy un cangrejo pequeño que se esconde en la línea que hay entre el agua y la tierra, y que para tenerme hay que seguirme despacito, acariciarme la espalda y tomarme, con cuidado, entre los dedos.
Intentaba explicarle a mis fantasmas que yo puedo poner la vida donde se me de la gana. Me decían ellas -sí, los espectros siempre son ellas- que eso no era cierto, que los recuerdos son una materia peligrosa. Yo me reía con la mano sobre la boca (como cuando trato de esconder la timidez que me da ser feliz, torpe y desmemoriada) y les decía que no, que son una materia dúctil. Ellas me miraban desde el limonero: por eso son peligrosos, porque los conviertes en lo que quieres y no en lo que son. Me quedé callada, ya no quise contarles mi secreto, que yo no quiero nada de mis recuerdos, que para eso tengo la realidad, que está siempre donde yo deseo.
Recordé entonces que a los señores con barba no se les permite entrar a los columpios del parque y se tienen que quedar mirando desde la cerca de madera, advirtiéndole a las niñas morenas del peligro de impulsarse demasiado alto, sonriendo sin mucha convicción y quizás con algo de envidia. Y me gustó pensar que soy un cangrejo pequeño que se esconde en la línea que hay entre el agua y la tierra, y que para tenerme hay que seguirme despacito, acariciarme la espalda y tomarme, con cuidado, entre los dedos.
1 comentario:
que cosa más hermosa
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