Caían las mujeres como muertas sobre los sillones, exhaustas de bailar, de llorar, de sonreír. Ser hermosa era un trabajo muy cansado, un proyecto ingrato, un teatro de sombras que consistía en sembrar evidencias, diseñar destellos, lanzar miradas con un hilito atado al otro extremo a ver qué se pescaba, qué recónditos recuerdos del otro se ponían en movimiento, quién decidía conmoverse, mojarse, sorprenderse con la vida ostentada, expectante siempre.
A fin de cuentas era el juego del azar: nunca se sabe lo que gusta al otro. Los piropos son el reconocimiento de la propia historia, la nota de agradecimiento al espejo, nuestra propia imagen puesta sobre el otro.
A fin de cuentas era el juego del azar: nunca se sabe lo que gusta al otro. Los piropos son el reconocimiento de la propia historia, la nota de agradecimiento al espejo, nuestra propia imagen puesta sobre el otro.