miércoles, 24 de febrero de 2010

Día de la bandera


No hay que engañarse respecto a los símbolos de la Patria: cuando los conceptos están vacíos, sencillamente no forman parte de la realidad. Quizás recordemos una emotiva media asta, un colorido festival, un día de asueto por el que se trasminaba la alegría de no tomar clases. Incluso tal vez hayamos algunos ingenuos emocionados con la imagen de Juan Escutia envuelto en una bandera: un niño, un héroe, la encarnación de altos fines que ya nadie tiene en estos días.

Mi bandera a contraluz vale sólo como obstáculo de las nubes enardecidas, un segundo antes de la noche. Me estremece el cielo y su violencia, su perfecta belleza que tan sólo es y que puede ser sentida. Esa clase de amor es real, no el amor a un hatajo de papeles que proclaman que tú y yo estamos unidos por algo más que el dolor de la muerte como costumbre, la precariedad como condición de vida y la incomprensión como divisa moral.

Mi cielo vale más que la bandera, que vale menos que cualquiera de mis amores. No, no soy parte, no puedo sentirme representada, simbolizada en valores que jamás se ejercen. Quisiera, tal vez, sentir algo así. Pero no lo siento.

Para Bastet (cuyo nombre de mexicana ignoro) y para Gabriel, que cree en el poder del cielo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Nieve


Todas las palabras del mundo cayeron esa mañana en forma de cristales diminutos, sobre el suelo, cubriendo las piedras y los arroyos con una capa de conceptos granulados que se deforman con un ruido apagado ante nuestro paso, rumbo a la cúspide de un silencio que flota sobre el viento. Cada pisada es una sorpresa al fondo de 20 centímetros de letras apiladas en el orden del absurdo, tan puras como cualquier idea, en cuyo fondo yace una matita de pasto, una rama quebrada en la última tormenta, un abismo diminuto que nos hace temblar de miedo instantáneo.

Debajo de la blancura está el mundo y sobre ella nosotros, tratando de adivinar el curso del agua y la traza del sendero que nos lleve lejos de los autos y los caballos cargados de madera, de los pobladores que mascullan saludos y los niños abrigados construyendo muñecos de nieve sucia, mezclada con la tierra, aferrados al concepto del invierno sin mirar que es lodo lo que atesoran entre sus deditos.

domingo, 7 de febrero de 2010

Suspendidos en el aire


En la sombra de la noche, en el puente anónimo de este tiempo, bésame. Será como si el mundo no pudiera derrotar nuestra existencia, como si los sueños quebraran el concreto, amainara el hielo que respiramos y las plantas del asfalto fueran una verdad, tan irrebatible como la sonrisa que despliegas ante el mundo.

Suspendidos en el aire, metros arriba del vértigo del caucho, abraza este cuerpo adolorido. La confusión, esa vieja escuela de mis pavores, se ha vuelto un hogar tibio desde cuyas ventanas asomo para ver la transmutación de lo vulgar en polvo, el milagro de las bocas anónimas, la asombrosa construcción de la coherencia, esa niña estúpida y frágil que siempre miente.

Házme olvidar el nombre que me dio la vida, ayúdame a volar esquivando lo ordinario. Dame el tiempo del silencio para reescribir esta ciudad.